Llega el día, tras dos o tres meses de espera, en el que a uno le llega la hora de... ¿Qué? ¿Pensabais que me refería a la hora de morir? Pues no, me refería a la hora de cortarse el pelo.
Bueno, a lo que iba, esa tarde que vas a la peluquería puede ser una de las mejores, ya que, al menos en mí caso, que te corten el pelo, es uno de los mayores placeres del mundo. Sin embargo, las dos cosas malas de ese día son: que te tienes que despedir de esa magnífica melena de león que tienes por peluca ya que la has cogido un inmenso cariño (porque te sirve como reclamo, y además piensas que te queda bien). Y la otra cosa es que te entra el miedo en el cuerpo de cómo te va a quedar el nuevo corte, porque tampoco quieres que el peluquero te lo deje muy corto.

Por otra parte y ya para terminar, tenemos la suerte, para los que nos gusta, de que a lo largo de toda o casi toda nuestra vida nos va a crecer el pelo y vamos a tener que volver a la peluquería para volver a cortárnoslo. Esto puede ser una bendición para los que nos encanta o un suplicio para los que no.
Íñigo MSB
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